El chocolate es delicioso, un magnífico alimento con dosis terapéuticas de consuelo, ánimo y compañía. Magnífico si se comparte, pero de ninguna manera pierde atractivo si se saborea en soledad…. Si es buen chocolate, incluso gana porque nos podemos concentrar en el aroma, la textura, el punto más o menos dulce o amargo que preferimos…
El chocolate habita en el lado mágico de nuestra niñez… pegaba su dulzura a nuestro paladar, teñía nuestra boca y dientes de un marrón lustroso en un juego inocentemente provocador, y convertía el pan de media tarde en todo manjar. Era el rey de las meriendas y sigue siendo un pretexto para pausas no siempre necesarias entre compras en el centro de muchas ciudades… En fin, que el chocolate por sí sólo justifica los viajes de Colón (en absoluto las barbaridades que les siguieron) y nos hace más deudores, si cabe, de aquellas Américas generosas en nuevos sabores, olores y alimentos…